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Mensaje por Lys K. Zinney Sáb Ene 20, 2018 9:15 pm


Lys K. Zinney

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Mensaje por Lys K. Zinney Sáb Ene 20, 2018 10:07 pm



HERE'S THE PRIDE BEFORE THE FALL
Se sentía débil. Muchísimo. Nunca se había sentido tan débil en su vida y odiaba sentirse así.

El primer impulso al llegar a la mansión Belaqua había sido subir a su habitación y encerrarse allí eternamente. Pero no iba a hacer eso. No podía hacer eso. Si algo odiaba más que esa sensación era demostrar esa debilidad. Y más aún demostrársela a él. Y ya se había mostrado demasiado frágil frente a Nico en la última hora.

El camino de vuelta a casa lo habían pasado en silencio. Tampoco había mucho que decir. Claudia no quería hablar del tema o, al menos, no con él. Tampoco se sentía con fuerza como para decir alguna palabra sin terminar de romperse. Aunque el silencio tampoco ayudaba a deshacerse de todos los sentimientos que ahora se agolpaban en el interior de la italiana. Debería de alejar todos esos pensamientos de su mente, pero en aquellos momentos era algo del todo imposible. ¿Cómo olvidar lo que había pasado? No podía, no teniéndolo tan fresco. Y menos estando tan poco acostumbrada a lidiar con todas aquellas emociones.

Hizo amago de dirigirse a las escaleras que conducían a su dormitorio; sin embargo, sus intenciones eran otras bien diferentes. Siguió con el rabillo del ojo la dirección del chico. No iba a pedirle que no contara nada de lo que había ocurrido; Claudia no le rogaba a nadie, y menos al bastardo. Pero había otras formas de asegurarse de que Nico no hablara.

Lo observó entrar al despacho de Dámaso. ¿Qué quería ahora de ese señor? Se deshizo de los tacones para no hacer ruido mientras se acercaba a la puerta de la instancia y, al llegar, pudo comprobar que la puerta no se encontraba cerrada del todo, por lo que no le resultaría complicado escuchar lo que padre e hijo conversaban al otro lado. ¿Pensaba el chico contarle lo ocurrido a Dámaso? A Claudia le importaba más bien poco lo que su progenitor pensara de ella, pero no le hacía ni pizca de gracia lo que podría hacer con esa información. El bastardo se estaba ganando que la Belaqua pidiese su dormitorio para una nueva mascota o un nuevo armario y él se largara al trastero. Transformar todas las emociones que se arremolinaban en su interior en ira hacia las dos personas que se encontraban en aquella sala, hacia las dos personas que más detestaba en aquella casa, era lo único que le hacía olvidarse de la sensación de debilidad que había sentido segundos antes.

Dejó caer su espalda en la pared con toda la suavidad y sigilo que pudo; necesitaba oír aquella conversación. Si en algún momento llegaban a terreno peligroso, debía interrumpirla rápidamente. Nadie debía saber que había debilidad en la italiana, nadie debía conocer aquello.

Aguzó el oído para identificar las palabras que se escapaban por la rendija de la puerta, lo cual no fue demasiado complicado porque a ninguno de los dos les preocupaba que alguien pudiera escucharlos. La voz de Nico tenía menos volumen, se la oía insegura, casi nerviosa. Dámaso tenía la voz calmada, pero firme y segura. Estaba enfadado, sí, Claudia sabía distinguir la ira de su progenitor desde lejos, pero era una ira tranquila, calmada, de las que hacen que te tiemblen las piernas de pánico si van dirigidas hacia tu persona. A la Belaqua le sorprendió aquel tono por parte de Dámaso, no esperaba identificar aquella emoción en sus palabras, no si Nico había ido a contarle lo que Claudia esperaba que hiciera. Aquello significaría que el italiano se preocupaba por su familia, y hacía bastante tiempo que la castaña sabía que lo único que le preocupaba a Dámaso sobre los Belaqua era que no montasen ningún escándalo que dañase el negocio.

Intentó concentrarse en lo que decían, digerir las palabras que pronunciaban cada uno de los hombres que se encontraban al otro lado de la puerta, pero Claudia no terminaba de comprenderlas. Dámaso estaba enfadado, sí, de aquello no cabía duda, pero sus razones parecían ser totalmente ajenas a la italiana, sino que el causante de aquella ira era el chico que se encontraba junto a él.

Hasta ese momento, a la Belaqua no se le había ocurrido ni preguntarse qué había estado haciendo Nico en los bajos fondos de Nueva York, un lugar donde a Claudia ni se le hubiese pasado por la cabeza que podría terminar encontrándose con el bastardo. Pero había estado tan sumida en sus problemas y, siendo sinceros, le importaba tan poco lo que el chico hiciese o dejase de hacer cuando estaba lejos de su vista, que, si no fuese por aquella conversación, era más que probable que la italiana nunca lo hubiera sabido ni, incluso, se lo hubiera preguntado.

Por lo que pudo deducir, Dámaso le había pedido un encargo a Nico, algo no demasiado importante, ni siquiera el progenitor de ambos parecía haber tenido esperanza en que el chico pudiera haberlo llevado a buen puerto. Y, en efecto, no había conseguido realizar el encargo. Y la razón de todo era Claudia. Nico había renunciado a ganarse el favor de Dámaso, a demostrar que él también podía lucir con orgullo el apellido Belaqua, porque Claudia había necesitado ayuda, por socorrer a la italiana en un momento en el que, aunque la chica nunca lo admitiría, le había necesitado.

El por qué lo había hecho era algo que a la castaña se le escapaba. Ambos tenían bastante claro que, si la situación hubiera sido a la inversa, ella no habría movido ni un dedo; el riesgo de romperse una uña era un drama mucho mayor. Y, mirando en retrospectiva, Claudia le había jodido la existencia a Nico en bastantes ocasiones. ¿Por qué ganarse una reprimenda por parte de Dámaso por defender a alguien que le había tratado tan sumamente mal? Y no sólo eso, sino que ahora podría librarse de ella o, al menos, suavizarla si mencionaba lo ocurrido y, sin embargo, ni siquiera había nombrado a la chica ni parecía tener intención de contar nada de lo sucedido aquella noche. ¿Por qué?

Claudia trataba de darle una explicación a las decisiones de su medio hermano, pero nada parecía tener ningún sentido. ¿Habría alguna razón oculta detrás de todo aquello? ¿Estaba Nico tejiendo las redes de una venganza mucho mayor? ¿O simplemente era muchísima mejor persona que el resto de individuos que habitaban en aquella mansión? ¿Era posible que alguien así viviese entre aquellas paredes y no se hubiera contagiado del veneno que manaba de cada estancia de la vivienda?

A su mente volvieron recuerdos de hacía apenas una hora. Se había repetido una y otra vez durante aquel tiempo que se encontraba bien, pero no era cierto. El que podría habérselas apañado perfectamente sin la aparición de Nico también había sido un pensamiento recurrente, pero en el fondo y, aunque le costaba admitirlo incluso hasta a ella misma, dudaba de que hubiera podido hacerlo. Pero por más vueltas que le daba, no podía comprender al chico, no podía vislumbrar las razones de aquello.

Hacía un rato que había dejado de escuchar lo que ocurría en el interior del despacho, tan sumida en sus preocupaciones que ni se dio cuenta de que se había hecho el silencio hasta que la puerta se abrió al completo y Dámaso salió de la estancia. Ni siquiera reparó en la silueta de la chica, la cual había terminado descendiendo poco a poco a lo largo de la pared mientras el diálogo entre padre e hijo tenía lugar y ahora se encontraba sentada en el suelo, con las piernas recogidas y sin llamar la atención. Vio como su progenitor se alejaba, sin preocuparse siquiera por saber hacia donde se dirigía. Sabía que debía abandonar aquel lugar, aquella posición, Nico saldría del despacho de un momento a otro, y él seguro que sí se fijaría en que no habían estado tan solos como creían y que sus palabras habían llegado a oídos indiscretos. Pero se encontraba tan destruida, tanto física como psicológicamente, que salir de aquel pequeño remanso de tranquilidad se le antojaba un gran obstáculo a superar.

Permaneció en aquella posición durante lo que pareció una eternidad, pero no vio en ningún momento cómo el chico abandonaba la habitación. Incluso llegó a pensar que Nico habría salido sin que ella se hubiese dado cuenta. Terminó por levantarse lentamente, casi a regañadientes y, sin saber muy bien por qué, se acercó al hueco de la puerta con sigilo, asomando la cabeza para comprobar si el bastardo aún seguía allí.

Y así era, sentado de lado en una de las sillas, mirando al infinito, reflexionando. Claudia nunca había mostrado especial interés en los sentimientos de Nico, ni siquiera parecía recordar en ocasiones que se trataba de un ser humano y no de un simple estorbo o un juguete que podía romper. Pero allí, solitario, pensativo, a la castaña le pareció más frágil que nunca, haciendo juego con sus propias emociones actuales.

Las miradas de ambos terminaron por encontrarse y a Claudia le resultó imposible pensar que aquellos ojos podían pertenecer a alguien que estuviera tramando una forma de devolverle todas las veces que le había recordado que no era bienvenido en la familia. ¿Podría ser cierto que las intenciones de Nico fueran tan puras? ¿Podría ser cierto que hubiese estado protegiendo realmente a la italiana? ¿Podría ser cierto?

El cruce de miradas apenas si duró unos segundos, ambos la apartaron en seguida, como si les repeliese, incómodos con la situación, incómodos ante el hecho de que el otro lo observase en un momento de debilidad. Claudia quiso decir algo, pero en su interior miles de emociones peleaban por sobreponerse a las demás. Un simple “gracias” podría quizás haber arreglado un poco las cosas, o volverlas aún más incómodas. Sin embargo, la chica no se imaginaba dirigiendo aquellas palabras hacia Nico. Podría haberla salvado, podría haberle ocultado a Dámaso su implicación en los hechos, pero ¿cómo olvidar todo lo que él suponía, todo el daño que había causado por el simple hecho de existir?

-No digas… No digas nada de… - no pudo terminar la frase, pues notaba la garganta seca. Las palabras habían salido tan suaves, tan débiles; ni siquiera estaba segura de si el chico habría alcanzado a oírlas y casi que prefería que hubiera sido así. Se arrepintió de ellas tan pronto como dejó de hablar. Claudia Belaqua no suplicaba. Tragó saliva e intentó sacar fuerza y autoridad, recuperar su ser. – Si lo haces - dijo esta vez con un voz más segura e imponente -, olvídate de tu guitarra.

Ni siquiera se esperó a ver la reacción del chico, no quería volver a derrumbarse de nuevo delante de él. Tomó los tacones que había dejado al comienzo de la escalera y las subió rumbo a su dormitorio. Quizás, si Nico no fuese quien era, podría haberle dicho aquel “gracias”. Pero las cosas eran como eran y, a esas alturas, ya era demasiado tarde como para cambiarlas.




Última edición por Lys K. Zinney el Lun Ene 22, 2018 4:02 pm, editado 5 veces

Lys K. Zinney

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Mensaje por Lys K. Zinney Sáb Ene 20, 2018 10:09 pm


Lys K. Zinney

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Mensaje por Lys K. Zinney Sáb Ene 20, 2018 10:12 pm

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